martes, 31 de agosto de 2010

LA COLUMNA DE GUILLERMO GIACOSA : Las guerras gringas (4)


Una de las notas leídas estos días con motivo del retiro parcial de tropas de EE.UU. de Irak cuenta que cuando los carros de ataque pasaron por el distrito 9 de Bagdad, uno de los soldados repetía Rapsodia Bohemia, la canción de Queen. “Mamá, recién asesiné a un hombre; puse un arma en su cabeza; apreté el gatillo, ahora está muerto. Mamá, la vida recién ha comenzado; pero ya me he ido y he tirado todo a la basura”.

Al acercarse a la frontera con Kuwait, los soldados entonaban: “Nada importa, nada me importa”. Cuando salió de su vehículo en Kuwait, Thomas Smith dijo pensativo: “Más arena, más temperatura. Pero al menos nadie nos dispara por aquí. Me pregunto cómo es el clima en Kandahar”. Este era uno de los pobres tipos que pasaba de la guerra en Irak a la guerra de Afganistán para satisfacer las necesidades del complejo militar industrial de su país y asegurar una suerte de pinza geopolítica sobre los verdaderos enemigos de la 'superpotencia’: China y Rusia, según la óptica del Pentágono.

Pensaba que, para quienes no somos angloparlantes, suena mejor decir 'Operation Iraqi Freedom’, que es el nombre que recibió en sus inicios el ataque contra Irak, pues emparentar el engendro genocida con la palabra 'Libertad’, que es, por lo menos en el campo gramatical, la traducción de la palabra 'Freedom’, resulta o bien una broma o bien una afrenta a la inteligencia humana. Que se lo crean ellos es cosa que les concierne, pero no nos metan a nosotros en sus juegos macabros, porque no estamos dispuestos a embrollarnos en sus razonamientos cada vez más disparatados.

Merece la pena preguntarse si EE.UU. podría llegar a un acuerdo razonable con los sectores islámicos fundamentalistas. No con los más recalcitrantes, pero seguramente sí con los que tengan capacidad para elaborar una perspectiva histórica no sujeta estrictamente a la religión. Pero eso implicaría concesiones que los intereses económicos del complejo industrial militar y los intereses geopolíticos de sus socios israelíes no permitirían jamás. Por tanto, podemos colegir que esta guerra sin final a la vista obedece no ya a los argumentos referidos –democracia, libertad, igualdad y hasta seguridad–, sino a la incapacidad que tienen los propios actores del drama para operar sin las ataduras que determinan los intereses creados por un lado y las visiones mágicas del universo por el otro. Se trata de un enfrentamiento operado desde las regiones más primitivas de los cerebros de los oponentes. Es, en el fondo, una guerra de la Edad de Piedra, con el agregado de poderes de destrucción masiva y universal imposibles en aquellos tiempos.

Busqué en Google la palabra 'guerra’ y aparecieron 372 millones de páginas que hablan sobre el tema, busqué entonces la palabra 'felicidad’ y aparecieron solo 33 millones. No es el indicador más relevante pero expresa una tendencia en la conducta humana que debiéramos plantearnos a un nivel más profundo que el simplemente político... si queremos evitar nuestra desaparición del planeta.

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