jueves, 5 de mayo de 2016

SRTA.PERIODISTA

Parecía que sería una tarde  tranquila, sin ninguna novedad, y de mucho provecho, pues yo había decidido salir a  pasear por el centro de la ciudad a comprar unos libros  y unos CDs de música. Me embarque en ese proyecto, aferrándome a la alegría que me provocaba todo esto. Quería vivir el día a día de la mejor manera, sin preocupaciones.
Bajando del ómnibus, empecé el recorrido y sentí ese placer, que siempre siento, de caminar por aquellas antiguas y tradicionales calles del Centro de Lima, mientras  doy vistazos, de lejos, a las tiendas que están alrededor y también  a las lindas chicas que salen de estudiar o trabajar a esas horas de la tarde. Llegue a aquel  bulevar, donde se pueden encontrar todo tipo de novelas, obras literarias  y demás  libros. Entre a todas las tiendas, siempre es una alegría que ahí puedo encontrar  todos los libros que busco, y otros más. Sin embargo, esa vez solo compre lo que buscaba. Para terminar esa aventura, de tarde de compras por el Centro de Lima, me dirigí la tienda de CD’s , y al pasar por la tienda de dulces no pude el evitar hacer una parada y entrar a  ver las deliciosas bolsas de galletas de 'animalitos', las pequeñas cajas de chocolates en forma de moneda  y muchas delicias más. Tuve que vencer a la tentación de romper la dieta-que me  la habían impuesto por motivos de salud- y decidí solo comprar una bolsa de caramelos de limón, como endulzando la vida y haciéndole un bien  a mi  hígado, según algunos me lo han recomendado. Llegue al centro comercial, donde había muchos  puestos que venden discos originales y  también discos piratas. Cuando observaba los discos piratas con mucha atención a cada canción, note que le  faltaban algunas canciones que deseaba escuchar. Al consultarles a los vendedores por aquellas canciones, me dijeron que no tenían otros CDs, pero me recomendaban el  entrar a la tienda  de discos originales que estaba enfrente. No tenía pensado, en ese momento, el comprar un  disco original, que tenían un costo de casi  6 veces de lo que cuesta uno pirata, pero agradecí la amabilidad del vendedor y decidí el entrar por curiosidad a aquella tienda, donde si tenían el disco que buscaba. Al ver los precios, disimule mi rostro de sorpresa  y me prometí a mí mismo el  volver pronto. Cuando salía y observaba a los lejos  la vitrina de los vinilos, vi de espaldas a una mujer muy elegante. Ella miraba con detenimiento todos los discos de la gaveta. Me llamaba la atención, sobre todo por sus largos y dorados cabellos. No imaginaba quien era hasta que  por esas casualidades  de la vida, ella volteo y  ambos nos sorprendimos al mirarnos: era ella, aquella bella periodista, quien hoy  es muy conocida en la televisión de mi país porque a diario lee las noticias por las noches. Ambos habíamos sido compañeros de  trabajo, en una pequeño Diario en que yo practicaba y ella ya trabajaba, hace muchos años; por lo cual  ella ni yo podíamos dejar de saludarnos. Ella en la mano con un  LP de  Cold Play y en la otra de libros, y yo con mi bolsa de caramelos, libros y CDs nos llamamos por nuestros nombres. Parecía que  cualquier  mal entendido del pasado  entre nosotros estaba olvidado. La última vez que nos vimos en aquel semanario capitalino, cuando yo estaba de salida  y me organizaron una pequeña despedida, casi ni nos despedimos. Yo muchas veces, cuando  editábamos juntos las noticias, la invite a salir, y ella inventaba miles de pretextos para no hacerlo y yo insistía sin comprender que ella  no tenía ganas de hacerlo conmigo. Un día ella pidió ya no estar más en la sección de edición de noticias cortas, pues no quería verme. Era seguro que le  había caído muy  mal por mi absurda insistencia. Hoy le doy la razón de su hartazgo hacia mí. Lo que me quedo  fue el inventarle  un buen pretexto al director del Diario para dejar de laborar ahí. Pero esa tarde en la tienda de discos todos era ya parte del pasado y yo  me acerque y  le di un beso en la mejilla. Ella dejo a un costado lo que tenía en las manos y me abrazo y sonreímos por el reencuentro, ese que nos traía a la mente aquellos casi 5 meses en que trabajamos juntos, yo como practicante y ella como ya toda una redactora y columnista, pues era periodista de profesión y egresada con buenas calificaciones de una prestigiosa Universidad de la ciudad. Había mucho que conversar entre nosotros. En realidad, a mí me interesaba poco lo de ella y creo que a ella no le interesaba nada de mí. Sin embargo, por esa emoción de encontrarnos, después de tanto tiempo, y la cortesía de mi parte, le pregunte si  tenía tiempo para tomarnos una taza de café, pues el invierno en Lima ya empezaba con fuerza. ¡Buen pretexto!
Sorprendente para mi , encontré ella una respuesta positiva. Me dijo que era oportuno  una taza  caliente de café. Ella lucia bella y ya  era muy conocida en toda la ciudad por su trabajo en la televisión local. Como si  fuera un sueño, estábamos caminado juntos hacia la cafetería, mientras muchos la  saludaban y yo me sentía un hombre envidiado. Llegamos a un conocido centro comercial cera de ahí,  entramos a la cafetería y yo  tome la iniciativa de coger una mesa  lejos de la puertas de entrada, para que así ella no se sienta incomoda de tanta persona que la venga a saludar  y yo el   asegurar  que la  conversación entre los dos no sea interrumpida. Yo era consiente que  ya no tendría sentido el volver a intentar algo con ella, pero me sentía entusiasmado al empezar a conversar con ella. Le conté que  en los últimos 4 años estuve viviendo fuera de Lima, que me adapte a otras ciudades donde me tocó vivir por trabajo, pero que estaba otra vez en la ciudad, por una temporada. Ella me contó de lo mucho que le gustaba su trabajo. En realidad, no había mucho que contarme, pues yo  sabía que también trabajaba en una Radioemisora y escribía una columna política en un  conocido Diario de la capital. Lo demás sobre mí, no me lo pregunto, por lo cual yo me sentí corto en hacerle preguntas personales. Comprendí  que debería de disfrutar ese momento, de cruzar sonrisas con ella  y de comprometernos-aunque ambos supiéramos que era mentira- a encontrarnos de nuevo. Yo sabía que una taza  café y una donas no eran suficiente para alargar una conversación, pero ella me recalco que no contaba con mucho  tiempo para disgustar algo más en aquel lugar, además que me hablo de la dieta que realizaba,de  la cual puedo dar fe que le  funcionaba muy bien. Era el momento de salir y discutimos por pagar la cuenta. Yo me impuse y afirme que yo la había invitado y yo debía pagarla. Mientras aceptaba a regañadientes  que yo sea quien pague, le recordé  de todas esas veces que  ella me invitaba alfajores y  empanadas que traía de una conocida panadería que quedaba cerca de su casa. Luego la acompañe hasta el estacionamiento del centro comercial, donde había estacionado su auto,e  intercambiamos números telefónicos y correos electrónicos. En realidad, no sé si contestaría a mis mensajes si me decidía a escribirle-algo que dudaba de hacerlo por el hecho de no volver a caerle mal por insistente-, pero era bueno el  saber que hacíamos algo para evitar el olvido. La despedía perecía ser  bastante fría, sobre todo más de su parte, pues creo que en ese momento ella recordó  mi casi declaración de amor  y trato de no mirarme a los ojos. Antes de subir a su auto, dejo  de lado su  frialdad y extendió sus brazos para abrazarme, y yo también hice lo mismo. Nos abrazamos  fuerte, como si sabríamos que no volveríamos a vernos o que inconscientemente evitaríamos el hacerlo. Luego espere que subiera a su auto, que se siente, lo encienda y salga con dirección a su destino. Alce  mi brazo en seña de despedida, mientras ella salía manejando, y  al ver su sonrisa detrás de la luna, me embargo una alegría, algo así como cuando a veces salíamos juntos del trabajo  y la embarcaba en un ómnibus hacia su  casa. A pesar que  con ella hace mucho tiempo había perdido las esperanzas, debía de aceptar que esa tarde no había sido una tarde cualquiera ,pues no siempre uno se rencuentra y comparte un café con una chica como ella. Mientras viajaba en el ómnibus de vuelta a casa, recibí la llamada de mama, donde  me decía que bajando de la movilidad vaya  a la Botica y le compre una pastilla para el dolor de estómago a papa. Estando ahí, no se el por qué me provoco el preguntar si tenían una pastilla para el dolor del corazón.

Por la noche, mis padres sintonizaron el canal de televisión, donde ella trabajaba. Esa noche apareció más hermosa que nunca y  en su rostro se reflejaba  una sonrisa única, que por unos minutos pensé era por el re-encuentro que habíamos tenido. Volviendo a la realidad, tuve que aceptar que de repente para ella nuestro re-encuentro  ya era  pasado, y que  yo debería de hacer lo mismo. Entonces, entendí que los buenos momentos pasan y se vuelven  recuerdos. Yo creía que esa tarde iba a ser muy buena por el hecho de comprar  libros y  CDs, pero fue mejor por el hecho de encontrarla. Al acostarme la recordé  frente a mí tomando el café y dejando que la observe, como si aún era la primera vez que nos conocíamos. Al siguiente día, desperté y ya todo era pasado. Salí a trotar al parque, como casi todas las mañanas,  y salude a las chicas que también practicaban deportes ahí. Sabía que la felicidad es el presente, no lo que ya paso y nunca lo tuviste.


pAnChItO.