domingo, 17 de enero de 2016

Se rompen ilusiones, pero broches también.

Era el primer sábado del año y decidí salir a correr a pesar de las  flojera post- fiestas, y  que mi estómago aún lo siento lleno por todo lo que comí en las dos últimas semanas. Cuando me iba  a poner el canguro tipo correa  a la cintura, descubro que  uno de los broches estaba roto. El plástico había reventado. No entendí que paso. De seguro subí de peso  en estos últimos meses y este pobre broche no aguanto más la presión que hacían sobre mi  hinchada barriga. ¡Debo de bajar de peso!-me dije-. El problema era que no podría  llevar mi teléfono móvil conmigo-ya que siempre lo llevaba dentro del canguro-  para responder a aquella llamada telefónica que me podrían hacer. A pesar que había esperado meses por aquella llamada sin ninguna novedad, seguía teniendo esperanzas en que me la harían para empezar bien  el nuevo año. Al no poder llevar mi teléfono, me  hice la idea que si estaban por llamarme, no lo harían justo en un día como hoy, que era el primer día laborable del año. No puedo dejar de escuchar música, menos cuando voy a correr, por lo que lleve  mi reproductor de música. Como no lo usaba hace ya medio año, estaba  bajo de baterías. No sabía  cuánto tiempo aguantaría. Otra preocupación para empezar el año. funcionando. Parecía que esa mañana no era la mejor para mi, porque las cosas no me salían bien. Llegue al parque, donde suelo trotar por más de media hora, y  mientras trataba de cambiar mi mal humor, observo a un hombre con su  joven hija y su mascota trotando con calma. No pude evitar el  mirar a tan linda chica. Yo desaseaba  que su papa no este, pues ella era mi tipo. Cuando hacía unos ejercicios de estiramiento, antes de empezar a trotar,  observe que aquel hombre corría solo, ya no lo acompañaban  su hija ni su perro. Trate de divisar alrededor del parque para saber  dónde estaban ellos, y al alzar la  mirada vi que ella venia por la vereda ,cerca  hacia donde estaba. No lo podía creer, era más bella de como la vi a la distancia. Era joven, pero  mayor edad; lo más importante para mí. Me miraba de lejos. No sé  por qué lo hizo, de repente de temor. Decidí el  hacerme el interesante y empecé a hacer los ejercicios de estiramiento con rigurosidad  para dejar en  evidencia mi buen estado físico. Quise  lucir como  casi  un chiquillo de su edad, aunque  los ricos platos y licores que había degustado por  la celebración del Nuevo Año me empezaron a cobrar factura, pero yo quería impresionarla. También le pase la voz a su perro con un silbido amigable. A pesar que su mascota me miro con curiosidad, ella lo  jalo de su correa y ambos se fueron. No podía ser tan evidente y  seguirla, pero disimuladamente con mi mirada la perseguí. En eso su padre termino de trotar,  y ellos parecían marcharse. Pensé que no la volvería a ver, por  lo que  empecé a trotar suavemente hasta acercarme a ella. Se percataron de mí  y decidieron irse por medio del parque para así darme paso. Yo seguí trotando sin dejarla de mirarla disimuladamente. Parece que su padre, un hombre ya de edad y con muchos años de  experiencia, sospecho de  algo y me miro con seriedad. Luego los vi de  lejos a ambos salir del parque. En ese momento ya no solo tenía roto una de los broches del canguro, sino, también, estaba rota una ilusión; esa ilusión que nació al mirarla y sentirme atraído por ella. En fin, debía seguir trotando, aunque mi estómago lo sentía pesado para poder realizar cualquier tipo de exigencia física. Cuando volví a casa estaba decidió a solucionar el problema del canguro. No volvería a salir otro día sin llevar el teléfono móvil conmigo. ¡Hasta donde había llegado!, vivía pendiente de una llamada telefónica, y no  una realizada por una mujer, sino por algún noble empresario  que me hiciera una oferta laboral. Cuando entre a mi habitación y revise el teléfono, ahí observe una llamada perdida. Inmediatamente revise de quien se trataba. Imaginaba que de seguro seria la que tanto esperaba, pero no fue así: había sido una llamada de Vania. En ese momento, algo de alegría invadió mi ser, aunque yo seguía resentido con ella. El año que paso no fue bueno  entre  Vania y yo. La bella y dulce chica que conocí, hace ya casi 6 años en su ciudad, se desdibujo para mí por completo cuando llegue a su país  y, a  pesar que ella misma me había convencido de hacer ese viaje para visitarla, nunca me recibió ni se dio el trabajo de salir conmigo a pasear por la ciudad. No contesto ninguna de mis llamadas que le hice desde aquel frió hotel, donde me hospede  esos 5 días que son para el olvido. No sé qué sucedió para que se comporte así, pero yo había invertido tiempo y dinero en viajar hasta aquel lugar  que me encanta  hasta hoy, pero que  en aquella oportunidad  no me hizo tanta gracia al andar, el  almorzar y cenar sin su compañía. En todos los restaurantes,donde yo comía, veía que delante mío muchas parejas  se sonreían y terminaban besándose. Esas tardes y noches  que pase ahí  fueron muy tristes y aburridas. No había nada que hacer en aquella ciudad, donde tenía pocos amigos pero buenos, hasta que casi todos empezaron a  formar sus familias, y con ello llegaron las  obligaciones y responsabilidades y ya no tenían tiempo para salir conmigo. Mi amiga la actriz, que en años anteriores siempre me recibía con mucha cortesía e inclusive me invitaba al teatro, andaba en provincia de gira  montando una obra teatral. Un compatriota, quien hace muchos años vivía ahí ejerciendo su carrera de veterinario, se encontraba destacado en una región muy lejana; por lo cual no podía venir cuando me comunique con él por teléfono para tomarnos un par de cervezas e ir a aquellos centros nocturnos, como lo hacíamos en Lima. En  las tardes para  combatir el aburrimiento, leía diarios de la ciudad y luego de tomarme un café  en el restaurante del hotel, cuyos precios eran elevados, ya que los acompañaba con una  empanada o alfajor, salía a pasear por la ciudad y siempre terminaba  en un ‘Cyber Café’ mandando emails, leyendo diarios de Lima y escribiendo muchas de mis columnas. El tiempo se hacía corto y  había que pagar la renovación de la hora del alquiler, la cual, por cierto, costaba una fortuna. En una de esas  tardes me entere que mi equipo favorito de fútbol, de ese país, jugaría; así que fui a comprar una entrada pero ya estaban agotadas, y si las quería conseguir tenía que pagar hasta el triple de su costo; no me anime a hacerlo. Fue estando  en aquella boletería que  a los lejos vi a Vania. Se que el mundo es pequeño y esa ciudad que es grande, en ese momento se hacía pequeña. No sabía qué hacer, pero reaccione rápido y me voltee y luego entre a un restaurante cercano .Me sentí mal por qué la veía tan feliz  por la compañía de un grupo de amigos, a sabiendas que yo me encontraba en su ciudad. Aquel viaje lo había hecho por ella, porque la quería y estaba dispuesto a todo para  empezar una  seria relación. Pero viéndolo bien, no fue una buena idea el haberla venido a visitarla. Ella nunca me dio cara, ni siquiera por educación me llamo por teléfono para saber cómo había llegado. A parte del todo el gasto que hice en ese viaje, más me dolía el no haber podido disfrutar esos 5 días con ella, sobre todo que la vi preciosa en aquella oportunidad. Cuando volví a Lima, olvidándome de lo que me hizo, le escribí un par de e-mails, de los cuales ninguno los  contesto. Para mi cumpleaños nunca me escribió; por lo que  entendí el mensaje: “Quería que me olvide de ella y le dejé de escribir”. Eso hice y  no le volví a escribir, ni siquiera  por las fiestas de fin de año. Ella sabía que llegue a viajar porque cuando compre los pasajes (ida y vuelta) se  lo comunique en esa misma noche, pero igual no le importo. Por todo eso, esa llamada perdida de ella  me sorprendió. No sabía que es lo que quería: si pedirme unas disculpas o quizá algún favor.
 Hasta ese momento no había entendido del  por qué se rompió el broche de mi canguro, pero cuando vi su  llamado perdida, comprendí que el destino quería que no vuelva a hablar con ella. Siguiendo aquellos designios de Dios,  decidí no devolverle la llamada.
Ya recuperado de todo lo que me había sucedido en aquella mañana de sábado, fui a  un  Sastre para que me  cambie  el broche del bendito canguro. Salía más barato el mandarlo a remendar  aquel canguro de correa que el comprar uno nuevo. Era una tarde soleada y mientras esperaba que  me lo cosieran, me compre un helado para disfrutarlo sentado y  mirando hacia la calle; y  fue cuando vi pasar  por la acera de al frente a  aquella  chica que trotaba en el parque con su padre  por la mañana. Fue ahí que  comprendí que el día estaba destinado para volverla a ver. También comprendí que hay casualidades que son muy buenas. Ella  estaba más linda que antes. No pensé el  volver a ver a esa chica, de quien no sabía su nombre, pero lo iba a saber  porque me llene de valentía y fui tras ella.


pAnChItO.