viernes, 16 de julio de 2010

LA COLUMNA DE GUILLERMO GIACOSA :Invisibilizando la realidad


Ayer me lamentaba por la falta de compromiso de la prensa con el medio ambiente. Luego de haber enviado la nota, vino a mi memoria la frase de Saint Exupéry: “Lo esencial es invisible a los ojos”, y se apoderó de mí la mortificante impresión que hoy, a lo esencial, lo hacen deliberadamente invisible a los ojos y, sobre todo, a la conciencia de los ciudadanos. Los grandes intereses económicos, aquellos que en los últimos treinta años han hecho lo imposible por que no se advierta a la población sobre el calentamiento global, siguen en su tesitura y, hoy –con el drama en nuestras espaldas–, tienden a minimizarlo, cuando no a seguir negándolo. Escuchar a Oppenheimer decir que el agua no es un problema resulta patético. Y más patético es que nadie escriba o hable refutando su disparate.

Hoy, lo invisible, o lo que pretenden que sea invisible, es el despeñadero al que se dirige la sociedad humana de continuar con la desenfrenada explotación de los recursos naturales.

También se pretende que sea invisible la desocupación como problema coyuntural. Ya en 2003, mucho antes de que estallara la gran crisis, la OIT reconocía la pérdida global del empleo y señalaba que la productividad había crecido a escala mundial en un 5%, y los costos por trabajador habían caído en un 5.8%. La tendencia, naturalmente, se ha acentuado. Hoy se produce más con menos trabajadores y con trabajadores peor pagados. Este hecho es producto de los avances tecnológicos que, sin culpa, seguirán agravándolo. Es lógico que el capital exija expulsar de las empresas la fuerza de trabajo que ya no es necesaria y, así, aumentar los beneficios.

Las preguntas que se pretende que sigan siendo invisibles a los ojos son simples, y solo los ciegos políticos pueden ignorarlas: ¿Qué ocurrirá cuando el número de desocupados sea inmanejable? ¿Qué ocurrirá cuando esas masas tengan, como decía Sartre, más miedo a la vida que a la muerte? ¿Instauraremos dictaduras para controlarlas? ¿Nos organizaremos para vivir en guetos?

Mientras ese futuro se acerca, pareciera que la sociedad aceita el camino para que ello ocurra en el menor lapso. En efecto, aumentar el poder económico en desmedro del poder político es entregar la administración del gallinero a los zorros. ¿Alguien, en su sano juicio, puede creer que las grandes corporaciones que hoy constituyen el centro del poder mundial tienen una visión de conjunto de los dramas que nos aguardan? ¿Pueden imaginarlas reduciendo sus ganancias para preservar el medio ambiente o aumentando sus costos de producción para evitar que el desempleo masivo se transforme en una hecatombe social? Su visión, como es comprensible, es la de sus intereses. Estos, que son los de sus accionistas, no siempre coinciden con el bien social.

Sobran los ejemplos para saber qué pasa cuando el poder político está sujeto al interés económico. Le sorprendería a Saint Exupéry saber que, hoy, lo esencial es invisible a los ojos, no por ineptitud del espíritu, sino por mandato del poder económico.

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