Parecía que sería una tarde tranquila, sin ninguna novedad, y de mucho provecho,
pues yo había decidido salir a pasear
por el centro de la ciudad a comprar unos libros y unos CDs de música. Me embarque en ese
proyecto, aferrándome a la alegría que me provocaba todo esto. Quería vivir el día
a día de la mejor manera, sin preocupaciones.
Bajando del ómnibus, empecé el
recorrido y sentí ese placer, que siempre siento, de caminar por aquellas antiguas
y tradicionales calles del Centro de Lima, mientras doy vistazos, de lejos, a las tiendas que están
alrededor y también a las lindas chicas
que salen de estudiar o trabajar a esas horas de la tarde. Llegue a aquel bulevar, donde se pueden encontrar todo tipo
de novelas, obras literarias y
demás libros. Entre a todas las tiendas,
siempre es una alegría que ahí puedo encontrar todos los libros que busco, y otros más. Sin
embargo, esa vez solo compre lo que buscaba. Para terminar esa aventura, de
tarde de compras por el Centro de Lima, me dirigí la tienda de CD’s , y al
pasar por la tienda de dulces no pude el evitar hacer una parada y entrar
a ver las deliciosas bolsas de galletas
de 'animalitos', las pequeñas cajas de chocolates en forma de moneda y muchas delicias más. Tuve que vencer a la tentación
de romper la dieta-que me la habían
impuesto por motivos de salud- y decidí solo comprar una bolsa de caramelos de limón,
como endulzando la vida y haciéndole un bien
a mi hígado, según algunos me lo
han recomendado. Llegue al centro comercial, donde había muchos puestos que venden discos originales y también discos piratas. Cuando observaba los discos
piratas con mucha atención a cada canción, note que le faltaban algunas canciones que deseaba
escuchar. Al consultarles a los vendedores por aquellas canciones, me dijeron
que no tenían otros CDs, pero me recomendaban el entrar a la tienda de discos originales que estaba enfrente. No
tenía pensado, en ese momento, el comprar un
disco original, que tenían un costo de casi 6 veces de lo que cuesta uno pirata, pero agradecí
la amabilidad del vendedor y decidí el entrar por curiosidad a aquella tienda,
donde si tenían el disco que buscaba. Al ver los precios, disimule mi rostro de
sorpresa y me prometí a mí mismo el volver pronto. Cuando salía y observaba a los
lejos la vitrina de los vinilos, vi de
espaldas a una mujer muy elegante. Ella miraba con detenimiento todos los
discos de la gaveta. Me llamaba la atención, sobre todo por sus largos y
dorados cabellos. No imaginaba quien era hasta que por esas casualidades de la vida, ella volteo y ambos nos sorprendimos al mirarnos: era ella,
aquella bella periodista, quien hoy es
muy conocida en la televisión de mi país porque a diario lee las noticias por
las noches. Ambos habíamos sido compañeros de
trabajo, en una pequeño Diario en que yo practicaba y ella ya trabajaba,
hace muchos años; por lo cual ella ni yo
podíamos dejar de saludarnos. Ella en la mano con un LP de
Cold Play y en la otra de libros, y yo con mi bolsa de caramelos, libros
y CDs nos llamamos por nuestros nombres. Parecía que cualquier mal entendido del pasado entre nosotros estaba olvidado. La última vez
que nos vimos en aquel semanario capitalino, cuando yo estaba de salida y me organizaron una pequeña despedida, casi
ni nos despedimos. Yo muchas veces, cuando
editábamos juntos las noticias, la invite a salir, y ella inventaba
miles de pretextos para no hacerlo y yo insistía sin comprender que ella no tenía ganas de hacerlo conmigo. Un día ella
pidió ya no estar más en la sección de edición de noticias cortas, pues no
quería verme. Era seguro que le había
caído muy mal por mi absurda
insistencia. Hoy le doy la razón de su hartazgo hacia mí. Lo que me quedo fue el inventarle un buen pretexto al director del Diario para
dejar de laborar ahí. Pero esa tarde en la tienda de discos todos era ya parte
del pasado y yo me acerque y le di un beso en la mejilla. Ella dejo a un
costado lo que tenía en las manos y me abrazo y sonreímos por el reencuentro,
ese que nos traía a la mente aquellos casi 5 meses en que trabajamos juntos, yo
como practicante y ella como ya toda una redactora y columnista, pues era
periodista de profesión y egresada con buenas calificaciones de una prestigiosa
Universidad de la ciudad. Había mucho que conversar entre nosotros. En realidad,
a mí me interesaba poco lo de ella y creo que a ella no le interesaba nada de mí.
Sin embargo, por esa emoción de encontrarnos, después de tanto tiempo, y la
cortesía de mi parte, le pregunte si tenía
tiempo para tomarnos una taza de café, pues el invierno en Lima ya empezaba con
fuerza. ¡Buen pretexto!
Sorprendente para mi , encontré ella
una respuesta positiva. Me dijo que era oportuno una taza
caliente de café. Ella lucia bella y ya era muy conocida en toda la ciudad por su
trabajo en la televisión local. Como si fuera un sueño, estábamos caminado juntos
hacia la cafetería, mientras muchos la saludaban y yo me sentía un hombre envidiado.
Llegamos a un conocido centro comercial cera de ahí, entramos a la cafetería y yo tome la iniciativa de coger una mesa lejos de la puertas de entrada, para que así
ella no se sienta incomoda de tanta persona que la venga a saludar y yo el asegurar que la conversación entre los dos no sea
interrumpida. Yo era consiente que ya no
tendría sentido el volver a intentar algo con ella, pero me sentía entusiasmado
al empezar a conversar con ella. Le conté que en los últimos 4 años estuve viviendo fuera de
Lima, que me adapte a otras ciudades donde me tocó vivir por trabajo, pero que estaba
otra vez en la ciudad, por una temporada. Ella me contó de lo mucho que le
gustaba su trabajo. En realidad, no había mucho que contarme, pues yo sabía que también trabajaba en una Radioemisora
y escribía una columna política en un
conocido Diario de la capital. Lo demás sobre mí, no me lo pregunto, por
lo cual yo me sentí corto en hacerle preguntas personales. Comprendí que debería de disfrutar ese momento, de
cruzar sonrisas con ella y de comprometernos-aunque
ambos supiéramos que era mentira- a encontrarnos de nuevo. Yo sabía que una
taza café y una donas no eran suficiente
para alargar una conversación, pero ella me recalco que no contaba con mucho tiempo para disgustar algo más en aquel lugar,
además que me hablo de la dieta que realizaba,de la cual puedo dar fe que le funcionaba muy bien. Era el momento de salir y
discutimos por pagar la cuenta. Yo me impuse y afirme que yo la había invitado
y yo debía pagarla. Mientras aceptaba a regañadientes que yo sea quien pague, le recordé de todas esas veces que ella me invitaba alfajores y empanadas que traía de una conocida panadería que quedaba cerca de su casa. Luego la acompañe hasta el estacionamiento del centro comercial,
donde había estacionado su auto,e intercambiamos números telefónicos y correos
electrónicos. En realidad, no sé si contestaría a mis mensajes si me decidía a
escribirle-algo que dudaba de hacerlo por el hecho de no volver a caerle mal
por insistente-, pero era bueno el saber
que hacíamos algo para evitar el olvido. La despedía perecía ser bastante fría, sobre todo más de su parte, pues
creo que en ese momento ella recordó mi
casi declaración de amor y trato de no mirarme
a los ojos. Antes de subir a su auto, dejo
de lado su frialdad y extendió
sus brazos para abrazarme, y yo también hice lo mismo. Nos abrazamos fuerte, como si sabríamos que no volveríamos a
vernos o que inconscientemente evitaríamos el hacerlo. Luego espere que subiera
a su auto, que se siente, lo encienda y salga con dirección a su destino. Alce mi brazo en seña de despedida, mientras ella
salía manejando, y al ver su sonrisa
detrás de la luna, me embargo una alegría, algo así como cuando a veces salíamos
juntos del trabajo y la embarcaba en un
ómnibus hacia su casa. A pesar que con ella hace mucho tiempo había perdido las esperanzas,
debía de aceptar que esa tarde no había sido una tarde cualquiera ,pues no
siempre uno se rencuentra y comparte un café con una chica como ella. Mientras
viajaba en el ómnibus de vuelta a casa, recibí la llamada de mama, donde me decía que bajando de la movilidad vaya a la Botica y le compre una pastilla para el
dolor de estómago a papa. Estando ahí, no se el por qué me provoco el preguntar
si tenían una pastilla para el dolor del corazón.
Por la noche, mis padres
sintonizaron el canal de televisión, donde ella trabajaba. Esa noche apareció más
hermosa que nunca y en su rostro se
reflejaba una sonrisa única, que por
unos minutos pensé era por el re-encuentro que habíamos tenido. Volviendo a la
realidad, tuve que aceptar que de repente para ella nuestro re-encuentro ya era pasado, y que yo debería de hacer lo mismo. Entonces, entendí
que los buenos momentos pasan y se vuelven recuerdos. Yo creía que esa tarde iba a ser
muy buena por el hecho de comprar libros
y CDs, pero fue mejor por el hecho de
encontrarla. Al acostarme la recordé frente
a mí tomando el café y dejando que la observe, como si aún era la primera vez
que nos conocíamos. Al siguiente día, desperté y ya todo era pasado. Salí a trotar
al parque, como casi todas las mañanas,
y salude a las chicas que también practicaban deportes ahí. Sabía que la
felicidad es el presente, no lo que ya paso y nunca lo tuviste.
pAnChItO.