lunes, 13 de diciembre de 2010

Reencuentro

He salido a dar un paseo por las calles de San Isidro aquí en lima- Perú. Hace tiempo no venia por este lugar. En realidad, hace tiempo que no salía mucho de casa; y si lo hacía era a lugares cercanos a donde vivo.
Caminado por una calle con nombre de árbol y sin rumbo conocido- aunque en realidad si con un trasfondo muy sabido por mí- veo salir del edificio que está a mitad de la cuadra a Lorena. Para mi felicidad ya no ha crecido más, parece que con su 1.75 m de estatura ya fue suficiente. Apresurada para un taxi, no me reconoció, sube a el y la vuelvo a perder de vista como hace 6 años. Pienso que tengo como único motivo pasear por esta calle tranquila dejando de lado la emoción que sentí al verla cada día de aquel verano del 2004. Sigo caminado sin dejar de darle importancia al pasado, ósea sin dejar de pensar si en verdad no me vio, o me vio, pero no se intereso en saludarme.
Esto de caminar sin ninguna dirección, sin ningún objetivo de visitar a alguien y sin ninguna culpabilidad de parecer un loco se hace divertido, relajante y propicio para repetirlo cuantas veces sea necesario. Ya que este tipo de locuras te comprometen con la felicidad. Y a mi entender en eso consiste vivir la vida.
Antes de seguir por esta ruta sin dirección llamo por teléfono a mama:” le digo como esta todo por casa, le cuento que me encontré con unos amigos y que demorare”. Entonces sigo con mi recorrido y llego a un parque. Decido comprarme un refresco y un keke mientras me siento a descansar en una de las tantas bancas que hay ahí. Poca gente pasa por aquí a pie; la mayoría lo hace en auto. Sin embargo, un hombre de avanzada edad pasa cerca a la banca en donde estoy sentado y me pregunta: “espera a alguien sentado ahí”. Le digo que no, que estoy tomando aire. Bien espero que disfrutes tu estada por aquí- me dice-. No lo entiendo, ni tampoco tengo ganas de hacerlo. No sé porque, pero recuerdo en ese momento que en casa desde pequeño me enseñaron a respetar a las personas de avanzada edad.
Sentado y disfrutando de mi merienda recuerdo que hace muchos años una vez vine aquí saliendo de la universidad; averigüé de una manera bastante astuta y después de un trabajo muy concienzudo la dirección de la rubia y espigada Lorena, que tontería que hice para conseguir este dato, ni recordarlo. Esa vez llegue hasta la puerta de ese mismo edificio de donde hace unos instantes ella acaba de salir. Me sorprendí al verla ahí de la mano de un muchacho, al menos a diferencia de ahora, ella ese día me miro y me mostro una discreta sonrisa de la que no se percato su acompañante. Me sentí un perdedor en aquella ocasión, llegue a casa y reflexione sobre el seguir ilusionado con ella. Al día siguiente me pregunto qué hacia ahí de una manera muy cordial y no grosera y arrogante como lo hizo ese anciano que me interrogo hace un rato. Le dije que visitaba a un familiar que vive cerca, que no sabía que ella también vivía por ahí. Me dijo que sí, que ella vivía en ese hermoso edificio; y que el muchacho que iba con ella de la mano era su enamorado. Solo la felicité y le advertí con una sonrisa que el tener un familiar cerca a donde ella vive sería un buen pretexto para siempre visitarla. Ella solo sonrió aquella vez.
Yo ya no quería darle más importancia a los recuerdos. Pero no consecuente con eso, aparecía hoy después de mucho tiempo caminando por esta calle para encontrarme con ella. Decidí regresar a la avenida principal caminando por la calle paralela por donde había venido. En el trayecto me cruce con un par de guapas chicas y las salude sin conocerlas y con mucha coquetería respondieron a mis saludos. Creo que con un poco de tiempo y entusiasmo hubiera terminado obteniendo el número telefónico de al menos una de ellas. Pero decidí regresar a casa.
Cuando llegue a la avenida principal para subir al ómnibus, me percate que a esta hora estos pasan repletos de gente, que es día viernes y es imposible y casi una hazaña poder encontrar uno vacio o al menos con suficiente espacio para sujetarse bien en los pasamanos y viajar parado. Dispuesto a tomar un taxi, elijo parar uno de el cual sospeche no me cobraría mucho; algo que no sucedió por lo que seguí con mi búsqueda. Esperando por otro auto me tope con Lorena. Me sorprendí al verla; pensé que vi a un fantasma. Ya que hace media hora se había ido en aquel taxi. Me miro: hola como estas Mario- fue lo primero que me dijo-. Sentí que mi corazón ya no latía ni la cuarta parte de cómo lo hacía hace seis años por ella. Pero si hubo un pequeño remezón en mí. La salude, no le mentí, le dije que recordaba que vivía por aquí. Pero le volví a mentir como hace tantos años; pues justifique mi presencia con la visita a ese tío que en realidad no vive por ahí. Hablamos poco de nosotros, estábamos concentrados en tomar nuestras respectivas taxis para irnos. Me conto que tenía una reunión con una amigas en el cine de el centro comercial, a donde yo estaba pensando ir, pero olvido su cartera por lo que tuvo que regresar a casa. Le dije que yo iba a ese lugar, que de ahí se me hacía más fácil tomar ómnibus hacia mi casa. Ella me propuso en pagar taxi a medias para ir hasta allá. Me pareció una buena idea; por lo que Paramos una camioneta y subimos a aquella sentándonos en la parte posterior. El chofer nos propuso tomar un atajo pues con tanto tráfico demoraríamos mucho tiempo en llegar al centro comercial. Aceptamos la propuesta mientras conversamos más de nuestras vidas en el pasado. Llegando al lugar me propuso tomar un helado. Yo le propuse tomarnos una sangría, por lo que me miro con cara de sorpresa y me dijo que le parecía bien. Mientras tomábamos el dulce licor hablamos de los dos, de nuestras vidas ahora. Yo puse la nota humorística y le dije que lo que estaba haciendo ahora era tratar de no emborracharme. Ella sonrió y así terminamos la jarra. No llegamos hablar de cómo nos iba en el amor. Salimos del restaurant; pague la cuenta a pesar de que ella no quería que lo haga. Discutimos, ella quiso pagar la sangría. Me dijo que de ella fue de la idea tomar algo juntos. Argumente que la idea de tomar la sangría fue mía, por lo que yo pagaría el consumo. La vi mortificada por eso. Así que no tuve mejor idea que escoger el halado más grande que había en aquella heladería del restaurante y pedirle que me invite este. Ella otra vez sonrió escogió uno del el mismo sabor de le mío. Casi terminándolos, a lo lejos vio a sus amigas y yo coincidentemente vi mi el ómnibus que me llevaría a casa. Nos dimos un beso en la mejilla. Sentí que ella y yo pensábamos lo mismo: que las cosas ya no podían ser como hace 6 años, que habíamos compartimos una jarra de sangría y un par de helados y no sé cuando nos volveríamos a ver. Ella volvió a sonreír diciéndome: “ven más frecuentemente a visitar a tu tío; a él le gustara compartir contigo muchas jarras de vino y vasos de helado”.
Desde ese momento decidí que era una buena idea el visitar a mi tío todos los fines de semana.
pAnChO

No hay comentarios: