viernes, 24 de diciembre de 2010

FELIZ NAVIDAD

A tres días de la noche buena estoy echado en la cama leyendo noticias internacionales, mirando de reojo el teléfono por si suena- como no sonó durante todo el año- y pensando en solucionar mañana por la mañana lo que no pude solucionar en estos 4 meses. Si, esos meses que se pasaron tan rápido. Lo único que me tiene contento en el día de hoy es que que aun lucho por la vida aunque no hay muchas razones para cambiar de mentalidad y creer que las cosas saldrán mejor el próximo año. He perdido en parte el sentido de la navidad; no me imagino a solo 4 días de esta fecha estar en este estado tan desanimado, pero a la vez tan consciente que es la fiesta que a muchos los hace felices. Miro el techo de mi habitación y pienso en nada entre toda la nada que se ha convertido mi vida.
Pero el poder que llevan consigo estas fiestas de navidad y fin de año puede cambiar las espinas por rosas y la oscuridad por esa potente luz que hay en la sonrisa de los protagonistas de la navidad: los niños. Creo, que todos cuando nacemos hacemos un contrato con Dios y con la vida misma: este consiste en que debemos ser buenas personas, responsables solidarias con nuestro prójimo y sobre todo realizar acciones de provecho durante nuestro recorrido por este mundo. Sin embargo, todos pasamos por esa hermosa etapa de la “infancia”. Ese momento transcendental en nuestras vidas en que si bien nos formamos e inclinamos nuestros sentimientos hacia la nobleza; también vivimos la etapa de felicidad plena muy lejos de las preocupaciones y en la cual concluimos que le sentido de la vida está en le jugar y así ser felices. Muchos de nosotros decimos por todo lugar a donde vamos que debemos seguir conservando el espíritu de niño durante la adultez para así poder tomar los problemas que se presentan a diario de la mejor manera y sobre todo tener ese ingenio propio de los infantes de resolverlas de una manera tan practica y alejada de cualquier pensamiento quejumbroso y pesimista. Pero decir eso es fácil, mas hacerlo no. Es que todos llegamos a la adultez cargados de responsabilidades, presionados por ese contrato que hemos hecho con nosotros mismos a base de escalar posiciones, de vivir comparándonos con los demás y de querer alcanzar fortuna aunque dejemos de lado lo más simple y saludable de la vida como es el amor hacia los nuestros y a cambio dejando entrar a la depresión y al estrés a nuestra mente.
Se fue la felicidad que teníamos cuando éramos niños, se fue la ilusión que había en esa etapa de nuestra vida y se metió por nuestra ventana esa amargura y agitación que hace de nuestras vidas el infierno en el que nos hemos acostumbrando a vivir y que muchos lo llaman tontamente el “paraíso”. De tanto vivir así, de tanto competir y de tanto llevar en las manos las marcas de esta vida agitada llegamos a un punto en estas fiestas navideñas que no encontramos ya las cosas más hermosas que hacen de estas fiestas la principal razón de estar felices y en familia, por lo cual nos sentimos tan vacios a pesar de tenerlo todo.
Mientras aquí yo echado en la cama leo los periódicos en esta tarde gris- curiosamente en el primer día de la estación verano aquí en lima- Perú- tengo una gran flojera en levantarme de aquí para escribir mi columna semanal. De repente debe ser que todo ese trajín del año, esas ideas y venidas, esas madrugadas y viajes inesperados me terminan tumbando aquí y filosofando de lo que es la vida, de lo que hice y no hice durante este año que ya está por terminar. Y sobre todo pensando una vez más que soy un estúpido en lamentarme de lo que sucedió y concluyendo que lo más inteligente que podría hacer es reconocer en los errores que cometí, durante estos casi 365 días, la oportunidad para que las cosas salgan mejor el próximo año
Ya no quiero saber que es lo bueno y lo malo. Ahora quiero hacer lo más conveniente para mí. Veo por mi ventana con vista hacia la calle a niños jugando en medio de ese cielo que hizo todo lo posible y lo consiguió: que no aparezca el sol. Y concluyo que esa es la navidad. Si, la ilusión que tienen los niños y el poder de vencer los obstáculos que se presentan, como ese de revoletear en una tarde oscura sin importarle que no salió el sol. Muchos de ellos jugando contentos sin darle importancia a quien tiene más o menos que ellos. Pues lo único que vale ahí, es quien tiene mas entusiasmo para divertirse y pasarla bien. Tienen buena cara; su mirada refleja el verdadero sentimiento de estas fechas .Se creen triunfadores, y lo son, porque vuelan en el tiempo a través de su imaginación. No es maravilloso ver todo esto a través de mi ventana. Y más maravilloso aun remontarme a mis años de infancia y recordar de todas esas aventuras que vivía gracias a mi imaginación. Retornar por un momento a esos días de alegría, a esas horas que de seguro fueron las mejores de mi vida. Cuantas locuras y aventuras pase de pequeño, cuantas recuerdos inolvidables junto a mi hermana jugando y divirtiéndonos sin pensar en el futuro ni en esas paradojas de la vida. Después de pensar en todo esto, de ver afuera de casa a niños jugando muy alegres. Decido levantarme de la cama, echarme agua a la cara, pasarme el peine y volver a creer en la navidad. Salgo a caminar dejando de lado esos tediosos análisis de política internacional y más bien, me analizo a mí mismo, y me doy cuenta que hay un mundo mágico de la navidad que esta esperando allá afuera por mí.
Esta es la navidad: el mejor ejemplo no los dan los niños quienes juegan contentos, quienes esperan sus regalos sin importarles si serán grades o pequeños. Ellos que se ilusionan por lo que comerán sin importar cuantos kilos de más o menos tendrá el pavo que habrá en su mesa o si habrán uno o dos panetones ahí. Y por supuesto, ni si sus regalos serán los más caros o sofisticados. El recuerdo de mi niñez vive en mí, y debe vivir en ti y en todos. Que sea esta otra oportunidad más para desearles a ustedes mis amigos y lectores. Y también gente que de casualidad me lea por primera vez: una feliz navidad. Que la familia este unida. Que quienes están lejos ese día con mucha más razón estén en nuestros corazones y así comprobar que por una sola noche podernos olvidarnos de nuestros problemas y volver al hogar, volver a ese simple juego de niños en que todo es a base de entusiasmo y se convierte en una gran momento.

PD. Esto de salir a caminar no solo me devolvió aun más el espíritu de la navidad; sino que también al pasar por el mercado cerca de casa, me invitaron a departir una rica taza de chocolate con una porción de paneton. Y mientras disfruto de todo esto, me doy cuenta que en esta fecha todos somos una familia.
pAnChO

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