jueves, 18 de noviembre de 2010

En la noche

Estoy caminado con destino desconocido por aquellas calles donde ya no soy un desconocido. Parece mentira, pero por aquí todos tienen muy buena memoria, y me reconocen al ver mi rostro. De seguro me recuerdan de tantas veces que vengo de paseo por este lugar. Me ofrecen pasar, me hablan de las novedades que habrá en la noche, me aseguran que todo andará bien: que si me retiro tarde y con unas copas de más, me acompañaran a tomar un taxi. De primer momento no me animo a entrar a tan tentador lugar – veo por la rendija razones para sumergirme en este mundo de fantasía y realidad- ,pienso que es curioso el caminar por una zona tan insegura pero con la seguridad que si alguien vendría a atacarme, a asaltarme o simplemente a matarme – sin explicación, como ahora sucede en cualquier parte del mundo-, saldrían a defenderme aquellos viejos amigos a quien consideraba que no eran mis amigos hace tres años cuando vine por primera vez por estos lares. No tengo ganas de entrar hoy ahí, a pesar de todas esas ventajas que lleva consigo el introducirme a ese antiguo edificio donde siempre he encontrado la felicidad. Decido continuar mi camino hasta la plaza principal de esta antigua avenida que poco a poco va saliendo del olvido y va recuperando la importancia que tenía hace muchos años. Corre mucho aire en este lugar, las bancas lucen ocupadas, las muevas luces lo iluminan todo; nadie pasa desapercibido y menos las parejas que se muestran cariñosas. Aprovecho el viento que corre para que refresque mi cerebro y me ayude a renovar mis ideas que me están pareciendo ya gastadas, anacrónicas y muy ilusionistas. Capaz no recorra toda la plaza, seguro cruzare por la vereda de enfrente y retornare por aquella avenida donde ya puedo ostentar que soy conocido. Hago eso, y regreso a ese lugar donde aún sigue de pie esa invitación hacia la felicidad, ese llamado a perder la cabeza y dejar de martirizar a esta con los problemas cotidianos de la vida. Al llegar a la altura de aquel lugar me detenga a esperar que cambie la luz del semáforo para cruzar y entrar otra vez a ese mundo donde por una sola noche puedes ser feliz, donde te das cuenta que vale la pena correr los riesgos que lleva consigo el caminar por aquí. Quizás he llegado a una edad en que se cuidarme bien, en que comprendo que todos los peligros precisamente están en la calle y nunca dejaran de estar ahí. Aunque también lo están en otros lugares : como dentro de una oficina, de una escuela, de una universidad o dentro de nuestra mente que a veces guardando malos recuerdos termina convirtiéndose en un arma letal contra la búsqueda de la felicidad. Además no llevo muchas cosas de valor conmigo: algo de dinero, lo suficiente como para entrar a ese lugar que del cual aun sigo en duda en entrar o no. Aunque sé que ella adentro me está esperando. Pero quiero experimentar nuevamente ese placer que solo lo puedo sentir dentro de esas puertas metálicas custodiadas por todos esos hombres que me llaman como a un viejo amigo. Me siento identificado con los muchos varones que al igual que yo están a punto de animarse a entrar, entonces pago mi entrada y entro a local. Espero encontrarme con las mismas personas de siempre, aunque es bueno ver nuevos rostros, ilusionarse con aquellos, e ir a la conquista de esas siluetas que rondan por todos lados de este oscuro y cálido local. El frio que sentía allá afuera desaparece aquí. Las luces y esa calentura propia de ver tantos cuerpos bellos hacen que me abochorne, que sienta el vapor y que a la vez reconozca que necesito un par de cervezas para refrescarme. Todas me reconocen en la barra, el dj también lo hace. Me da la mano, nos saludamos, busco algunas miradas y solo sé que ella busca la mía, la logro ver a los lejos. Parece que alguien ya le ha avisado que llegue, por eso anda fuera del vestuario. La veo más bella que nunca. Consumiré la cerveza junto a ella, no puedo esperar más. Tengo la seguridad que vendrá hacia mí; me juego la vida esperando a que se acerque. Ella pasa delante de muchos que la llenan de piropos, viene hacia mí como siempre. Yo le extiendo mis brazos, le estampo un beso en la mejía y me siento un hombre nuevo, lleno de esperanzas, libre de preocupaciones y comprometido con la noche y con lo que ella decida hacer. Solo basta con rozar su cintura para revivir, para convencerme a mí mismo que debo perderme con ella entre tantos espacios oscuros, que debo financiar esta noche interminable, que los lamentos de miseria debo mandarlos de retorno a casa. Al final decido no tomar ninguna bebida alcohólica. Pienso que no es necesario estar algo empilado para disfrutar del placer que ella me dará. Al andar con ella me miran algunos curiosos, deben estar pensando que soy un hombre con suerte, un afortunado que departe con la mujer más bella del local. Ella me trata como su fuese su chico, yo la trato como a mi chica. Parece que entre los dos ha nacido una relación de confianza, de amistad, de cariño. Una sociedad que busca pasar un buen momento y desear que no llegue mañana, que no nos sorprenda la realidad. Ella piensa igual que yo, no decide tomar ningún trago. Así que dejamos la cerveza de lado. Concluyo que solo debo comprar un par de botellas mas, que es lo que quiere ese mozo que nos viene a molestar a cada rato. Decidimos vaciar las botellas a al piso. No le hablo de mis penurias, ella tampoco de las suyas. Más bien termina de tirar todo el líquido de cerveza al piso. Pienso que no hay forma más feliz de perder mi dinero. Seguidamente me impregno de su perfume, me avasallo ante sus movimientos y me olvido de todo lo que esta pendiente allá afuera. Me siento como fuera de este mundo, me siento un hombre completo. Un par de besos mas y me retiro .Salimos juntos cerca del escenario, nos despedimos. Somos otra vez libres, otra vez cada uno regresa a interpretar su propia historia. Salgo de aquel lugar e inmediatamente busco un ómnibus para regresar a casa. Veo un par de ladrones cerca de mí, me miran, yo también los miro. No me interesa si quieren algo de mí, ya me gaste todo el dinero que llevaba conmigo. Solo tengo para pagar el ticket de regreso a casa. Llegando a mi destino, subo a mi habitación. Decido cambiarme de ropa, ponerme esos pantalones y chompas que son mi uniforme habitual y en las que llevo impregnada mis preocupaciones y temores. En los bolsillos de aquellos pantalones están tantas horas de sufrimiento, de desesperación por buscar una ilusión. Mi ropa de fiesta de diversión, de una fantasía cumplida fugazmente no irá a la lavadora hasta que pierda todo el olor a ella.
Ahora solo pienso en volver a pasearme por aquellas peligrosas calles donde he estado sin el temor a ser asaltado y con la seguridad que si soy víctima de un asalto, será con el placer que me da el volver ahí y el comprar botellas de cerveza que terminaran regadas en el suelo, así como también lo harán todas mis preocupaciones.
pAnChO

No hay comentarios: