sábado, 5 de febrero de 2011

Yo sé quién soy

No soy quien he querido ser, y tampoco soy quien debería ser. Pero soy feliz y eso hace que al final del día me sienta tranquilo conmigo mismo. Debo de pensar en que sucedería si decidiría volver a intentar ser lo que siempre quise ser, y me doy cuenta que ya lo estoy siendo. Empiezo a pensar el por qué hice algo que hoy creo no quise hacer y concluyo que lo hice tan bien que quizás si estaba dispuesto a hacerlo. No me quiero seguir enredando con todas estas explicaciones , mejor me ocupo de lo que tengo pendiente para el día de hoy y me olvido – por lo menos por ahora - de esta discusión conmigo mismo de lo que quise ser, de lo que soy y de lo gracias a dios nunca seré. Salgo a la calle, abordo un ómnibus. No necesito ver el letrero pegado en las ventanas laterales del vehículo para saber el valor del ticket de viaje, me lo sé de memoria, son 2 soles peruanos. Tengo la suerte de ir sentado, por lo que puedo ir leyendo un libro, no hay más que hacer durante el viaje. No hay motivo para distraerse aquí, no viajan muchas chicas y lo debo asumir como mala fortuna o quizás como buena, ya que sería una buena ocasión para leer aquel libro que siempre he rehuido de hacerlo y que con seguridad en este largo recorrido habré avanzado al menos un buen porcentaje de este . Pese a que el verano se está acentuando aquí en Lima -Perú, las ventanas están cerradas, y yo necesito aire fresco. Miro a todos lados, señoras que van a trabajar con unos peinados propios de peluquería y que ni locas abrirían las ventanas para que el aire estropee su peinado- que dicho sea de paso, no parece el adecuado para ir trabajar a una oficina, más bien para ir a un matrimonio-, algo que no solo me mortifica a mí, sino a otros pasajeros que al igual que yo se mueren de calor. Si no voy a poder tomar aire fresco, al menos tendré algo de agua para tomar. Abro mi maleta y me percato que he olvidado mi botella de agua que siempre la traigo conmigo. No puedo echarle la culpa a nada ni nadie de que salí apurado y por eso olvide el agua; en realidad no voy a ningún sitio, no debo de marcar tarjeta, ni mucho menos nadie me espera para una entrevista de trabajo. Simplemente la olvide porque salí distraído pensando en el partido de futbol que pasaran por televisión en la noche, pesando en la nueva canción que escuche en la radio, y claro, estuve pesando en ella. En fin, no me voy a morir si no consigo tomar un poco de agua. Llegando a mi destino me comprare muchas botellas de esta para saciar mi sed.
El viaje se hace corto cuando vas leyendo algo, más aun si la historia es interesante. Cualquier trayecto se hace más placentero cuando no vas pensando en que tienes que llegar a algún lugar temprano, en que los minutos corren, en el pesado tráfico , y sobre todo cuando sabes que vas a llegar a ese lugar de manera sorpresiva y esperando ser recibido como si eras esperado. Y lo mejor de todo, es que en donde nadie te espera, no esperas conseguir nada. Así, que nunca mediaras el esfuerzo de llegar hasta ahí con la frase de que si valió o no valió la pena hacerlo. Tampoco te retiradas con la cara larga, e inclusive, puede que te provoque sonreír de solo saber que caminaste sin rumbo y todo fue divertido.
No he experimentado esta sensación de felicidad, de libertad, de placer en el no tener que rendirle cuanta a nadie. Pero a pesar de haber hecho una caminata sin ningún sentido, de haber recorrido una larga avenida sin encontrar a nadie y sin ser encontrado por alguien, siento que tuve un día importante. Llegó a mi destino, inconscientemente me pongo nervioso. Antes de entrar a esa lugar, mi cerebro hace cuenta que había planeado llegar ahí, que me están esperando, y que me preguntaran el por qué llegue unos minutos más tarde. Pero la cita no existe, no debo preocuparme, debo volver a la idea de que yo no soy quien siempre he querido ser, y que soy quien el destino quiere que sea. Y quizás en eso radica mi felicidad. Entonces entro a la oficina, el vigilante revisa mis maletas, se cerciora, como ahora lo hacen todos, que no lleve conmigo un arma de fuego. Pero a decir la verdad: quienes trabajan aquí llevan un arma de fuego en sus lapiceros y computadoras. Sería bueno y legal, que a ellos también los inspeccionaran al entrar aquí. Esa artillería que esta ahí en su cerebro es de mucho cuidado. Como nadie me conoce en la empresa, debo preguntar a uno por uno con quien conversar, a quien hacerle mí pedido, mi solicitud, o mejor dicho a quien venderle un pedacito de mi independencia.
Preguntando llego a la oficina de recursos humanos, no tengo mucho que decir solo tres palabras: “quiero trabajar aquí”. Está claro que tengo mucho que aportar, pero eso ya se verá en el desarrollo del trabajo diario. Me informan que me pasaran la voz, que evaluaran mi “cv”, que conversaran con otros candidatos al puesto, y que ya se comunicaran conmigo. Pero yo no estoy para esperar llamadas que de repente nunca se den. Quiero una respuesta ahora, quiero que me digan-aunque parezca algo estúpido- ,”mañana mismo vienes para firmar el contrato laboral e inmediatamente arrancas el trabajo”. No tengo mucho tiempo para esperar, creo que renunciar a mi libertad es algo que no lo haría en otro momento. Igual, considero que están en su derecho de seguir evaluando a otros para luego escoger quien más a ellos les convenga. Luego de ese periplo en la oficina de prensa de aquel famoso diario limeño salgo, y está ahí esperando por mí el ómnibus de regreso a casa. Subo, felizmente una ventana está abierta, así que respirare aire fresco durante todo el viaje. Se empieza a poner en marcha el ómnibus y me doy cuenta que creo haber resuelto una de mis preguntas que me hice temprano por la mañana mientras tomaba el desayuno: ya sé quién soy, soy un innovador, al menos acabo de imponer otra manera de buscar empleo. Quien quise ser de pequeño, creo que quise ser una persona importante, con un alto cargo, como aquel señor que ha prometido evaluar mi “hoja de vida” y llamarme.
Al menos cumplí mi sueño de pequeño. Hice el intento de ser una persona importante, estuve cerca de renunciar a mi independencia, en entrar a una oficina de lujo junto a muchos profesionales que como yo guardarían sus opiniones para adoptar la de los propietarios del medio de comunicación para el que trabajaríamos. Consideró que sin haber conseguido ese empleo soy una persona importante, pues acabo de decidir que si el destino hizo que no me contraten e inclusive que ni piensen llamarme, es porque no debo ser quine intente ser al pensar en ingresar ahí. De seguro esta que no trabaje ahí y que conserve mi independencia periodística. Soy quien nunca imaginaba ser:” un periodista independiente”.
pAnChO

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