sábado, 19 de febrero de 2011

LA COLUMNA DE GUILLERMO GIACOSA :Los tres fanatismos


Si la cercanía del abismo conduce a la humanidad a un arranque de lucidez, el Fondo Monetario Internacional (FMI) será recordado, por su labor devastadora, junto a la Inquisición y al nazismo. Se unirán los tres fanatismos que pueden poseernos, el religioso, el político y el económico. Cada uno habrá actuado de acuerdo a su especificidad y a su época, pero con similar desprecio por la vida. Habría que investigar quién dejó más cadáveres en el camino. Escribo esto a propósito del ensayo de autocrítica esbozado por el FMI que nos dice que “minimizó los riesgos que condujeron a la peor crisis financiera y económica global en décadas debido en gran parte a una cultura en la que imperó el pensamiento único y que desalentó las críticas”. Esas fueron las conclusiones del informe elaborado por la Unidad de Evaluación Independiente del organismo para el período 2004-2007, época en que la presidencia de la entidad era ocupada por Rodrigo Rato, exministro del siniestro Aznar. El actual titular del organismo, Dominique Strauss-Kahn, elogió el informe y manifestó que “ya comenzaron a aplicarse algunos cambios”. Olvidó admitir que en 2008 él mismo anunció que las peores noticias de la crisis ya habían quedado atrás. “Al poco tiempo, quebró Lehman Brothers”.

Dice el informe del Fondo: “El mensaje del FMI en los años previos a la hecatombe se caracterizó por un exceso de confianza en la solidez de las grandes instituciones financieras y el espaldarazo al comportamiento imperante en las principales plazas financieras internacionales. A esto hay que sumarle el elevado nivel de pensamiento uniforme, la captura intelectual y en general la percepción de que una gran crisis en las grandes economías avanzadas era improbable”. Sabemos lo que vino después, ignoramos qué ocurrirá de ahora en más y comprobamos que “los cambios” a los que alude el FMI son como si la Inquisición nos hubiese permitido tomar un vaso de agua mientras nos incineraba o los nazis nos hubiesen permitido elegir el tipo de gas con el que prefiriésemos morir.

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