sábado, 16 de abril de 2011

CORRIENDO RIESGOS

Aquella mañana de sábado, del último mes de Enero, decidí contarle la verdad. Sentí que mi corazón no quería seguir ocultando que latía por ella y creí que, por primera vez en mi vida, debía correr el riesgo y tentar suerte en ese aspecto de la vida y el salir victorioso de todo esto. En esa mañana que nos despedimos, en la estación central de ómnibus, como casi todas las mañanas lo hacemos, pude darme cuenta que no podía seguir escondiendo lo que sentía por ella, que no podía seguir soñando con algún día estar a su lado y evitando- lógicamente- el bochorno que sentiría en caso ella me diga que no ante una posible declaración amorosa. Ese día cuando regrese a casa sentí la necesidad de sentarme seriamente a pensar que la próxima vez que la vea seria el momento en que le confiese mi amor. Debía planear algo, quizás ver la forma de decirle más claramente lo que siento por ella y esperar una respuesta suya. Aunque también cabía la posibilidad que no me la de en ese mismo momento – algo que me llenaría de angustia- pero no tanto como todo esto que llevaba desde hace meses y que por fin estaba dispuesto a contarlo. Si no me declaraba, me sentiría como un cobarde, como un hombre sin las agallas para ir por la persona a quien quiere. Pero a la vez, si seguía con ese teatro de ser simplemente un buen amigo y así, esconder mis verdaderos sentimientos. Obtenía el beneficio de no tener que enfrentarme a ella cada mañana cuando esperemos nuestros respectivos ómnibus y mirarnos y pensar para nuestro adentro que yo siento algo por ella, y ella no por mí. Y que nuestra cordial relación de compañerismo quizás se haya fracturado de gravedad. Fue uno de esos fines de semana en que medite mucho, en el que tuve la voluntad de dedicarle muchos minutos a pensar en ella y en mí. Las dudas y las indecisiones como siempre aparecieron y, como en casi todos los casos, lograron cambiar mis planes. Aunque hice lo posible para que esa vez todo sea distinto y termine por imponerse mi idea inicial de contarle la verdad; todo fue en vano. Luego de más de una hora, mirando al techo de mi habitación, echado sobre la cama, decidí que no le diría nada, que seguiría guardando el secreto- que ahora creo ella podría haberlo sospechado, pero sin la seguridad de que fuera verdad- hasta una nueva oportunidad en que el corazón este otra vez a punto de estallar y necesite una vez más en pensar en declarar mi amor. Eso de contarle a una chica de cuanto me gusta siempre me pareció romanticón y vergonzoso. Pero lo aceptaba como parte de le proceso para estar con la persona que quieres sin dejar de pensar-obviamente- que era un acto tan cursi .Sin embargo, cuando la conocí a ella, cuando me empecé a enamorarme de su forma de ser, cuando deje de mirar su belleza física para interesarme en su también lindo interior; comprobé que a veces el declararse a una chica, el contarle cuanto estas enamorado, lleva consigo el misterio de que si lo haces con la persona de que en realidad están enamorado; lo harás con entusiasmo, con soltura y por ningún lado le encontraras la cursilería de la que tanto yo renegaba y que solo por ella me parecería un acto fantástico y tan sublime como tocar el cielo. No había otra explicación para todo esto: estaba enamorado de ella. Pero ahora ya no era el temor a ser un romántico lo que me impedía contarle a ella mis sentimientos; sino, el temor de que me diga que no y perder su amistad o quizás el verdadero terror a perder estas esperanzas que tengo a que un día sea mi chica. Ya que al no decirle nada, aun puedo jugar con la ilusión de un día puede ser mi pareja. Lo que concluyo de toda esta disyuntiva que viví aquel día es: que algunas cosas en el amor no cambiaran; que siempre en esta vida habrá que romper las barreras de no querer correr riesgos, pues de otra manera no hay forma de alcanzar lo que queremos; que si queremos saber si el viento sopla a nuestro favor, debemos superar nuestros temores y contarle la verdad a la persona a quien queremos. Hoy sigo viviendo con la duda de que si en verdad un día hubiéramos estado juntos, o quizás no. La he vuelto a ver en el mismo lugar donde ambos esperamos el ómnibus de partida a nuestros respectivos destinos. He visto en ella otra vez toda mi felicidad, me siento triste cuando parte. Pero me entusiasmo al saber que mañana la volveré a encontrar en ese lugar. He pensado mil veces si existe un futuro entre nosotros; y he terminado concluyendo que solo lo podre saber cuándo me anime a contarle la verdad- algo que ya no puedo esperar a hacerlo- y sienta por fin tranquilidad en mí de que lo he contado todo. Aun tengo la suerte de verla todos los días y solo es cuestión de tener la decisión necesaria para contarle lo que siento. Para no quedarme en esta estación de buses esperando  siempre el volverla a ver cuándo quizá  ya nunca más lo vuelva a hacer.


pAnChO

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