Solíamos acabar a gritos
cuando conversábamos. Por eso no lo hacíamos, o por lo menos, conversábamos lo básico,
lo elemental, lo principal. Era muy
concreto al dialogar con ella, ella lo hacía también. Estábamos acostumbrados a
hacerlo así. Lo nuestro era más una conversación
corta para no enfrentar que ya no nos soportábamos. Ni ella ni yo queríamos combatir
lo que afectaba a nuestra amistad, ese mal que se escondía detrás de los días agitados y de miserias que
heredamos todos los seres humanos en este planeta. Además, que este mal humor
se acentúa más con el otoño. Ella parecía entenderme. Quizá, estas circunstancias hacían que me dé cuenta que valía mucho para mí.
Yo también la entendía , pareciera que la conocía de toda la vida.
No tenía una estrategia de
cómo acercarme y decirle que sucedía entre los dos, porque habíamos
llegado hasta el punto en que temíamos en conversar más de lo que debíamos por temor a terminar en una fuerte discusión. Temíamos que nuestra
amistad de tantos años se iría al tacho, si aún se podía llamar amistad. Pero yo sabía que la vida ponía pruebas tan difíciles
de superar que en muchas ocasiones me había desanimado en llevarlas acabo, pero que
esta vez era una excelente oportunidad para hacerlas y superarlas. Estaba
seguro que volverían las palabras, las buenas maneras y quizá, aunque parecía una
locura, el decir ‘te quiero’. Ella valía la pena, eso me di cuenta desde hace mucho tiempo, y lo reafirme aquella tarde que
me dio un beso en la mejilla y me hizo sentirme como en el cielo, rodeado de
ángeles y viendo una sombra en la pared que probablemente era la de Dios. No existía
un día en que no me recordaba de ella y llamaba a su casa u oficina para escuchar su voz y así sentirme, una vez más, el
hombre con más sueños que estaba seguro
de realizar. No existía una sola vez que ella
mediante su detector de llamadas identificaba mi número telefónico y concluía que quería escuchar su voz, que me moría por ella.
No era precisamente el
hombre de su sueño, no era precisamente la chica con la que quería estar toda
mi vida y probablemente casarme, pero el
intentar algo con ella no era mala idea.
Cuando llegaba el invierno me imaginaba junto a ella, en una tarde fría de
domingo, prendiendo fuego a una chimenea y sentándonos juntos, en aquella vieja
casa que ambos soñábamos un día alquilar cuando iríamos a esa ciudad,, viendo la televisión abrigándonos con frazadas
y chompas para terminar cantándole una canción que transmitía lo que me dictaba el corazón. Ella no era tan soñadora como yo, parecía que por eso me
gustaba más; porque ponía la cuota de realidad en mi vida. Ella en una sola frase bien dicha me hacia pisar
tierra y me hacía reflexionar que es lo que podía hacer y qué era lo que no
estaba a mi alcance. Aun no sé a ciencia cierta porque empezó ese distanciamiento
entre nosotros, el por qué un día dejamos
de conversar para mirarnos como dos extraños y terminar hablando solo lo necesario. Quizá, porque que me estaba enamorado de
ella, quizá porque nunca fui el hombre que ella quería, o quizá porque el
destino quería que nos separemos. Recuerdo que un día decidido a solucionar
aquel impase, con motivo desconocido, decidí buscarla a la salida de su empleo.
Mientras íbamos por una calle oscura, lejos de róbarle un beso, le empecé a
hablar de los dos, de cómo nos conocimos, de aquel viaje que hicimos por
separado a la misma ciudad , donde nos vimos por primera vez.
Todo está bien entre nosotros,
no hay nada de que conversar- ella me dijo, mientras trataba de no mirarme a
los ojos-. Más bien tengo que compartir contigo una excelente noticia, buena
para mí.
Me contó que pronto se casaría lejos de aquí, y que cuando volviera de
visita ya nada sería lo mismo entre los dos, porque a su esposo no le parecería bueno que ella siga conversando conmigo. En ese
instante llegamos hasta la plaza principal, donde todas las luces estaban
encendidas, donde ella estaba segura y donde decidí retirarme extendiéndole
la mano para despedirnos. Era un día más de vida, pero esta vez las noticias no eran de las
mejores, todo salió al revés. Pensé que nos amistaríamos, que las cosas serían
como antes .Pero solo escuche de sus
propios labios, que ya no sería para mí, que nunca tendría posibilidad con ella.
Yo sentía por ella un cariño que no sentí por otras chicas. Por lo cual, jamás se me hubiera
pasado por la cabeza el renunciar a su
amor. Ese día solo tenía ganas de que ella se vaya o de yo hacerlo. Ya no quería
estar cerca de ella, no quería volver a verla porque el día que tanto yo soñaba- junto a ella- nunca llegaría. Y como el tiempo va de prisa,
de seguro el día de su matrimonio si llegaría pronto. Con los días que pasaron,
ella partió a otra ciudad. Estando ella fuera
del país,pensé que ya no la volvería a recordar .
Pero cada vez que me echaba a dormir,
soñaba con ella; en mis sueños la veía viviendo juntos, envejeciendo mientras
íbamos realizando un proyecto de
vida. Quizás, el amor verdadero es así: no tienes que estar obsesionado con alguien para estar enamorado, pero si llorar cuando este
tiene que partir para ser feliz sin ti. Algo
dentro de mí siempre me dijo que era
ella la persona indicada para completar
mi vida, para parar el tiempo del reloj y compartir al máximo todo los mejor de los dos. Nunca fui un habilidoso en estas cosas
del amor, jamás tuve la palabra indicada para poder comenzar una relación.
Quizá por eso hoy me siento un perdedor. Aún sigo buscando el amor a pesar que lo tuve alguna vez cerca.
En los últimos días nuestra relación
anduvo a tensa, dejamos de ser tan buenos amigos para ser solo unos conocidos que terminaban siempre discutiendo.
Pero si lees este escrito, solo quiero que sepas que: “aún hay alguien que cuando muere el día piensa en
ti. Que si decides un día venir, no me importa lo que haya sucedido, solo
importa que ya no te vuelvas a ir. Que si en el camino la lluvia te mojo, ya
tienes donde refugiarte. Que por ti empezaría a amarte apostando a la felicidad.
Que solo te tengo a ti a mi alrededor, aunque estés lejos”
pAnChItO.
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